Somos escritores. Todos somos escritores. O, mejor, todos queremos ser escritores.
Lo único cierto es que escribimos. Negro sobre blanco. Palabras y más palabras.
Se pueden contar muchas cosas con las palabras: 10 palabras, 100 palabras, 1000 palabras. O no contar absolutamente nada. Sólo escribir. Este fluir de las teclas. Taca taca taca. Ese leve mareo, el brillo de la pantalla, la media sonrisa. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada... aunque el resplandor naranja de Madrid no me deje ver cómo tiritan, azules, los astros a lo lejos". ¿Girará en el cielo el viento de la noche? Siempre he admirado a Neruda, esa genialidad suya: versos tan hermosos son palabras tan sencillas. Y yo, ¿cuánto hace que no guardo silencio en mitad de la noche para oír cantar al viento? Eso es todo.
Si a algo se parece Calcuta, es a un gran campo de refugiados postnuclear para ex-intocables. Son víctimas de una invasión europea con posterior abandono (lo que las clases altas llaman colonización e independencia), pero no tienen derecho a reclamar asilo humanitario ni hay salida posible del gigantesco pantano de misera y putrefacción en el que viven. Son víctimas del racismo interno y sus conciudadanos les trata como a basura... lo que resulta casi natural, pues los ex-intocables viven, literalmente, entre y de la basura, en dura competencia con los cerdos y gallinas por el mejor bocado.
Si se lo propusieses, creo que cambiarían sus vidas por las de cualquier refugiado de Katsikas. Toda una vida en Calcuta a cambio de unos meses disfrutando del exótico lujo de tres comidas diarias y una tienda de campaña, todo gratis, sin tener que robárselo a los cerdos ni a las gallinas.
Así de terrible es su situación... y, sin embargo, sonríen.