El éxito es complicado.
Uno desea el éxito, lo busca, lo persigue, se esfuerza... pero, ¿qué busca uno? Me gustaría saberlo. ¿Individualidad? Marcar con un rotulador bien gordo el contorno de tu existencia. Porque la vanidad no justifica tanto esfuerzo, esa lucha, el desgaste... y el desapego. Marcar con rotundidad el contorno de tu existencia es como dibujar una barrera, ¡eh, aquí estoy yo!, soy tan diferente que os abrumo. Y, luego, alejarse, ser envidiado, marginado... y vuelta a empezar.
Los otros pueden tener un animal salvaje como mascota: Dalí, ocelote. Tú no: egoísta, no tienes corazón.
Los otros pueden tener pseudónimo: Eric Arthur Blair, George Orwell. Tú no: falsa, algo escondes.
Los otros pueden dedicar su tiempo a la promoción altruista de la cultura: Medici, Miguel Angel. Tú no: ¿la literatura, el té? anda, búscate un trabajo de una vez.
Los otros son admirados por su lucha contra la enfermedad. Tú no: exagerada, no será para tanto.
Los otros están muertos. Tú no.
Ser un vórtice no es fácil.
Tiene sus inconvenientes, como la vanidad.
Un vórtice camina con la mente limpia tendiendo hilos, conectándoles, tejiendo posibilidades... y sigue su camino sin volver la vista atrás.
Yo no soy un verdadero vórtice: sufro aparatosamente.
Los hilos siguen sus propios caminos, crean redes, replican posibilidades... y me ningunean.
Claro que esto es desde mi punto de vista.
Desde el punto de vista de los hilos, soy un vórtice que camina con la mente limpia tendiendo hilos, conectándoles, tejiendo posibilidades... y mirándoles por encima del hombro al pasar.