Me gusta conducir, volver a casa en mitad de la noche: alargar el brazo y acariciar el lomo de Madrid, extender la mano y apagar, en una sola caricia, todas las luces.
06:28
Algo que parece la estela de un dragón de la suerte se desliza entre estratos grises.
Se eleva en espiral hacia arriba y al oeste, siempre al oeste.
Está a punto de amanecer.
Todo es posible.
13:09
Quedan 4 días más (incluído el 13).
Apenas distingo las vocales.
Hay demasiado ruido, demasiadas mentes (y todas me rodean).
18:15
Un sms: bip bip amor amor.
Y un gigante atraviesa el cielo con el sol en la mano derecha.
11:25
He descubierto el secreto de la tostada perfecta.
[Atención: ¡Spoiler!
No siga leyendo si aspira a conseguirlo por usted mismo]
Una vez más, como con la creación de la Tarta Tatín, la perfección es fruto del gazapo.
La receta, como sigue: deje quemarse una rebanada de pan integral en la sartén sobre la vitro a tope mientras riega el cólio, tírela a la basura, apague la vitro, ponga una nueva rebanada en la sartén y, hambriento, corte un trozo de mantequilla tres veces más grueso de lo habitual. Deje el pedazo de mantequilla sobre la cara ya tostada mientras se hace la otra. Cuando el pan esté chorreando mantequilla, pero aún quede más de medio bloque sin fundir, retire la mantequilla y dele la vuelta a la rebanada. Repita el proceso hasta que la mantequilla tostada forma parte indisoluble del pan. Sírvase. Tómese caliente con mermelada (preferiblemente casera).
10:57
Sin noticias de AIR.
Y no es que la artesanía sea un proceso creativo inferior, pero no es esta lucha.
Puedes despertarte a las cuatro de la mañana porque has tomado demasiado vino en la cena, demasiado paté de perdiz, demasiado porno en serie, y recortar etiquetas personalizadas, anudar lazos, decorar botes de colores, pero no puedes sentarte y escribir una novela.
Y no es que pueda seguir lamentándome de que Murphy no me visita en sueños, porque ayer se abrieron las puertas de cuerno y entró una buena historia, pero te despiertas y ya no es verdad... y no puedes sentarte y escribir una novela.
11:31
Nos encanta el "flash", ese espacio mínimo centrado en la pantalla que tarda la vida en cargar y presenta tipografía no apta para normovidentes.
(Hay cosas que ya no me duelen.)
15:15
Sufro ese tipo de metabolismo enemigo de las piscinas de verano: un estómago sensible al volumen que se delata al pasar de vacío a lleno, o viceversa.
Para ir de tiendas, programo la distancia entre comidas de forma que la ropa se adapte a todos mis estados.
15:50
Mentiras del metro: el próximo tren (invariablemente) llegará en 3 minutos.
Me pregunto quién diseña estas estrategias subterráneas.
18:51
Nada me calma.
La historia interminable cuenta una historia que acaba bien: salvar el mundo es tan fácil como darle un nombre al corazón: convertirte en héroe, domar un dragón, rescatar a la princesa.
Tan sencillo que parece otro cuento de hadas.
18:20
Demasiado ruido en la cabeza.
Me he dado cuenta de que ya no recuerdo lo que es oír el silencio.
Hemos jugado a entretener las manos con cuentas de colores para no echar de menos las palabras. Pero los colgantes vintage no le quedan bien a tu escote y yo nunca he sabido coser flores en los bajos de las libretas. Te reencuentro entre las instrucciones de la lavadora, evitando ascensores, escalando áticos sin hipotecas. He visto tus postales queriendo ser París como mis fotos buscaban reflejar sus calles. Sigues saltando tres meses por delante de mis engranajes.
10:48
Empiezo a tener manías de té: me gusta que se derrame tetera abajo al servir. El té se derrama sobre el tatami y las ramas de arroz trenzado beben té verde por la mañana, rojo de tarde, verde madrugada.
12:11
La fiebre me da naúseas...
16:03
Duele.
Recorro la casa buscándolos con la cabeza entre los dedos, boqueo, me crispo, pestañeo... y caigo en que aún es Día 3.
17:49
Llevo siete horas enganchada a facebook leyendo estados, enlaces, comentarios.
Casi un tercio de martes de críticas anti: neoliberalismo, aburguesamiento, ignorancia; de historias recientes socorro: lee mi novela, compra mi artesanía, pincha "me gusta".
Estoy enganchada. Estás enganchado. No sólo la fiebre da naúseas.
23:28
Doy rodeos.
He terminado el séptimo tomo: "Muerte".
Rodeos.
Lleno el salón de humo y pienso en escribir.
Doy rodeos y más rodeos.
Miedos, pienso en mis miedos, en mi incapacidad para lo social.
Esquivo lo esencial.
Antes de eso, debería terminar las fábulas: primavera y verano.
Imagino "cómete un cuento": galletas y diseño en una tarjeta como las de felicitaciones.
Más rodeos.
Imagino una historia en el japón mítico que imaginan los chicos de ahora, como cuando los niños británicos soñaban con NY y las escaleras de incendios eran tan alucinantes como un tipo con capa y superpoderes.
Tengo que centrarme: una pantalla en blanco, y empezar.
10:30
La fiebre se ha instalado.
Una de las cosas que me joden (literalmente) de mi trabajo, es que mis compañeros no tienen más huevos que ir a currar cuando están enfermos para que no les descuenten esos días... así que al final acabamos todos hechos una puta mierda.
13:47
La audiometría ha sido imposible.
No soporto cómo me tratan: esta lacra-virtud de parecer diez años menor sigue reflejando fielmente el lado más soberbio de los que me tratan (mal).
Lo importante: el pequeño infierno de vivir sin audífonos se prolongará entre ocho y diez días más.
Tras las 24h de rigor para la prueba ando ya medio trastocada.
Hoy empieza lo peor: la certeza de diez días más.
23:07
Quiero escribir una historia de gente que lleva tazas con cara de rana (risas).
14:03
Luchar contra el ruido es doloroso, aunque el verbo es indiferente: el abributo es dolor.
Cabrearse es tan inútil como respirar hondo, la única constante es el ruido.
18:17
Hay cosas que aún puedo oír: la risa.
No puedo distinguir -otra clase de ruido, varias frecuencias que se superponen- las palabras, pero -un sonido nítido- la risa sí.
¿Acabaré por amasar las tardes entre mantequilla y chocolate?
Procedo de una estirpe de patios y monedas.
Un libro, escrito por un hombre, me lo recordó.
Ya no es posible creer que la danza nada tiene que ver con esto, que el cuerpo no es el mismo sobre la tablas, bajo las sábanas.
Han pasado diez años.
Lo sé porque recuerdo cuándo empezó todo y quienes lo provocaron... aunque ya no me importen.
Han pasado diez años, el salón vuelve a llenarse de humo de menta.
Las piedras blancas son las mías, y van sumando ansiedades en la arena cada vez que me acerco a preparar más té para ahogar el domingo, más té.
Han pasado diez años.
Entonces acababa de volver a Madrid (como ahora), la casa era nueva (como esta) y el futuro incierto (...), pero aún no sentía sobre mí el peso de tantos errores.
Nada menos que diez años, Oruga.
Solo el fénix se eleva
y ya no desciende.
Y todo cambia.
Pero nada se pierde.
Te añoro... a ratos, supongo, algunas veces, a ratos.
Otros postpongo las palabras y me sumerjo en la paciencia, echando aire para no empujarte garganta arriba.